¡Maldita miseria!

[ Cultura y Anarquismo webgunetik hartu diNatan testu interesgarri hau orain gutxi Tierra y Libertad aldizkarian agertu huNan beheraxeago irakurri ahal duNan bezela ]

¡Maldita miseria!

Pobreza: carencia de recursos materiales necesarios para satisfacer las necesidades primarias.

La definición es la misma en cualquier lugar del mundo.

Según los contextos geopolíticos, socioculturales, estilos de vida o recursos disponibles, las mayores agencias económicas mundiales fijan líneas convencionales, parámetros utilitarios que establecen el umbral de la pobreza, condición en la que no se alcanza el mínimo para la supervivencia, equivalente para la banca mundial a aproximadamente un dólar al día para los países más pobres de la tierra.

No existen, por el contrario, indicadores válidos del estado de miseria. Se habla de una pobreza digna, pero no se puede decir una miseria digna. Si los parámetros se refieren solo a las condiciones económicas, tablas, teoremas, estadísticas, esquemas, gráficos, porcentajes, cálculos y fórmulas, no pueden cuantificar el umbral de sufrimiento, vulnerabilidad, fragilidad, desesperación, humillación o dignidad moral.

En su significado original, pobre es quien produce poco, culpable de su condición, desafortunado o demasiado incapaz. Descrita durante siglos como culpa individual, diseño divino inescrutable o defecto de carácter, en la sociedad de las grandes transformaciones industriales, la pobreza empieza a ser tenida en cuenta como cuestión social y problema de orden público. Junto a vagabundos, huérfanos, viudas, madres solteras, viejos, enfermos mentales y físicos, la figura del pobre incluye al trabajador en paro.

Si antes todos estos individuos sobrevivían de la caridad, mendigando y vagabundeando en busca de trabajos temporales entre la ciudad y el campo, mucho antes del siglo XVIII, en Gran Bretaña, una serie de leyes proscribe el vagabundeo y los subsidios caritativos. Las inclosure acts (“leyes de cerramiento de tierras”) impiden la posibilidad de cultivar las tierras abandonadas, de pastorear libremente y de recoger leña en los bosques. Una multitud de gente sin recursos se dirige esperanzadamente hacia las nuevas ciudades. Las leyes sobre la pobreza obligan a vivir en edificios creados para ello. Las workhouses (“casas de trabajo”) se construyeron con la falsa promesa de ofrecer un techo, un plato caliente, un trabajo, cuidados sanitarios y formación para los niños, pero eran auténticos campos de prisioneros.

Los edificios, divididos en pabellones, con altos muros de ladrillo, alojaban por separado al menos a cuatro grupos distintos: los viejos y los enfermos, las mujeres y hombres “hábiles”, los niños. Esas barreras servían para facilitar el control y la gestión.

Una workhouse tipo albergaba a alrededor de doscientos pobres. Una especie de administradores locales, generalmente agricultores y comerciantes acomodados, llamados “guardianes”, gestionaban la estructura. Ayudados por sus mujeres y por un equipo de instructores, enfermeras y cuidadores, pensaban solo en cómo aprovechar la situación y sacar el máximo partido. Cuando ingresaba el pobre, era despojado de todo cuanto tenía y desinfectado. Sus ropas se apartaban, hervidas o impregnadas de azufre. Tenía que vestir un uniforme igual para todos: los hombres, una camiseta a rayas, chaqueta y pantalón; las mujeres un vestido a rayas blancas y azules, las prostitutas uno amarillo, las menores embarazadas uno rojo. Las familias eran separadas, e incluso si estaban en el mismo edificio solo podían verse y hablar en días establecidos. Grandes dormitorios fríos y mal ventilados contenían camas de paja con un recipiente en el centro para las necesidades fisiológicas.
La comida consistía a menudo en un pedazo de pan y una sopa de avena, y estaban prohibidos el tabaco y la cerveza.

Había que trabajar duro para merecerse todo esto.

Generalmente, los hombres picaban piedra, trabajaban en los campos y en los molinos, o trituraban huesos de animales para hacer abono. Las mujeres lavaban, cocinaban y tejían. Los más débiles eran destinados a la elaboración de estopa. No existía salario: los beneficios iban directamente a los bolsillos de los “benefactores”. En teoría, los niños tendrían que haber sido escolarizados, pero en realidad se les enviaba a trabajar. Muchos de ellos fueron a las colonias americanas y australianas para aumentar la población.

Quien no seguía las reglas era severamente castigado.

Teóricamente se podía salir del edificio, previa petición, y estar fuera alrededor de tres horas. Volver tarde podía significar la prisión bajo la acusación de robo. ¿Robo de qué? Del uniforme que eran obligados a vestir, y que era propiedad de la institución.

Charlie Chaplin vivió la experiencia de las workhouses. A los siete años de edad fue registrado como “menesteroso” y confinado en Lambeth y Hanwell. Le fue prescrita la dieta mínima establecida para los niños, lo justo para sobrevivir: sopa de avena. Chaplin fue encerrado junto a su hermanastro Sidney al ser abandonado por su alcohólico padre, y tras el ingreso de su madre, Hanna, en un centro para enfermedades mentales. La miseria y el hambre se reflejan en muchas de sus películas.

Las workhouses fueron oficialmente abolidas en 1930, pero perduraron hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Muchas de sus estructuras se reconvirtieron en hospitales.

El Estado del bienestar de la posguerra nace como respuesta al proceso de modernización. Según los periodos históricos y los países, se establecen una serie de intervenciones públicas que regulan la distribución de servicios considerados esenciales, y subsidios económicos. Objetivo declarado fue reducir las desigualdades sociales y asegurar mejores condiciones de vida. Ante políticas redistributivas, las desigualdades afloran a otros niveles. Distribuir la posesión de una cierta cantidad de riquezas, sean rentas básicas u otros bienes disponibles, no implica la libertad de opción y de acción.

Lo que debería contar es cuántas cosas pueden hacer las personas con recursos a su disposición. Aunque está claro que un mínimo de medios y recursos es esencial, la pregunta es ¿qué oportunidades o posibilidades existen de convertir el bienestar en calidad de vida con las políticas del Estado del bienestar?
Bienestar, pobreza, deberían evaluarse en el ámbito de las oportunidades reales que tienen las personas para escoger la vida a la que atribuyen valor.

Se trata de considerar una condición más amplia que comprenda proyectos de vida, solidaridad, participación, libre expresión y dignidad personal.

A partir de los años ochenta, el economistas indio Amartya Sen desarrolla un “nuevo y revolucionario” planteamiento metodológica para medir pobreza y desigualdad, retomado por la filósofa estadounidense Martha Nussbaum. Nobel y lluvia de reconocimientos académicos internacionales por haber focalizado la atención sobre las capacidades, entendidas como la efectiva oportunidad de un individuo, incluso si es pobre, de poder escoger en función de una plena realización propia.

Han descubierto la pólvora.

Esto lo escribió mucho antes un hombre de corazón indómito: “Cada uno podrá actuar e influir en proporción a su capacidad y conforme a sus pasiones y a sus intereses (…) la libertad que queremos no es el derecho abstracto de hacer lo que se quiere sino la posibilidad de hacerlo” (Errico Malatesta).
Saltamontes
Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Abril de 2018

iruzkinik ez:

Argitaratu iruzkina