Eta beste kontu bat, inork ez al diNK oraintxe burura etorri zaizkidan Shyamalan-en El bosque eta El incidentetaz ezer esan behar?]
Las mejores películas de terror del siglo XXI
¿Cómo calificar el cine de terror de la década de los noventa? Con una sola palabra: cochambroso. Tan cochambroso era que no había crítico, director, productor o aficionado que no diera por muerto al género en fecha tan temprana como 1995.
Por aquel entonces la programación del festival de Sitges daba más vergüenza que miedo, las parodias del estilo de Scream eran recibidas con aplausos lentos como grandes renovadoras del género y las sagas de encefalograma plano para adolescentes alelados amenazaban con consolidar una peligrosa idea. La de que el cine de terror es al cine lo que las tertulias televisivas al debate intelectual: un sucedáneo para humanoides con nulo criterio, ralas neuronas y escasas exigencias. La idea dominante a finales de la década era que el terror había dado lo mejor de sí mismo durante los años setenta. Échenle un vistazo a las listas publicadas por ahí de las mejores películas de terror de la década y se darán cuenta de la magnitud de la tragedia: It, Misery, El sexto sentido, Abierto hasta el amanecer, Candyman, Sé lo que hicisteis el último verano…
Atroz, sí.
Pero entonces llegó el extremismo de la nueva ola del cine de terror francés. Y El proyecto de la bruja de Blair. Y la frialdad visceral del cine de terror asiático.
Precisamente son The Ring en 1998 y El proyecto de la bruja de Blair en 1999 los que inauguran el cine de terror del siglo XXI de la misma manera que la década de los sesenta no empieza hasta que los Beatles prueban por primera vez el LSD ¡en 1965! O de la misma manera que los ochenta nacen en realidad con la llegada del punk en 1977.
Y quizá sea cierto que el siglo XXI no ha dado todavía una obra maestra a la altura de El exorcista, El resplandor, La semilla del diablo, Inseparables, La matanza de Texas, La cosa, La noche de los muertos vivientes o Alien. Pero lo que no puede negar ni el más obtuso de los fanáticos del género es que, a diferencia de la música pop, reducida durante los últimos veinte años a niveles de festival veraniego, es decir de encefalograma plano, el terror ha dado un salto cualitativo hacia la densidad y los contenidos adultos muy de agradecer para aquellos que seguimos creyendo en el cine como una forma de arte netamente superior a la literatura.
El cine de terror de los primeros años del siglo XXI, en definitiva, no enlaza con los productos cinematográficos de consumo masivo y aristas romas de la década anterior, sino con nombres como Roman Polanski, el Marqués de Sade, Georges Bataille, el arte marginal de Henry Darger o Alexandre Lobanov, Luis Buñuel, William S. Burroughs, Jean Genet, Grant Morrison, David Cronenberg y la obra de los hermanos Jake y Dinos Chapman. De ahí que directores ajenos por completo a la ortodoxia del género, como Lars von Trier o David Lynch, aparezcan en este artículo.
La siguiente lista es, aviso antes de que alguna beatilla sectaria empiece a pedir las sales, heterodoxa. Incluye varias sugerencias de Bárbara Ayuso (gracias) y parte de la idea de que el cine de terror no es solo aquel que rebosa hemoglobina, descuartizamientos y camisones raídos sino todo pedazo de celuloide capaz de proporcionarle placer al espectador haciéndole pasar el mal rato de su vida. Eso extiende las fronteras del género hasta cualquier forma de tortura física o psicológica susceptible de ser representada visualmente. El que prefiera la visión ortodoxa tiene decenas de blogs y páginas web especializadas a su disposición. Como la de Bloody Disgusting, por ejemplo.
El cine de terror, en resumen, ha pasado durante los primeros años del siglo XXI por el mismo proceso evolutivo que el metal, con el que comparte referentes artísticos y filosóficos. La historia es esta. Tras una década de los noventa dominada por auténticas odas al muermo y la oligofrenia como el nu metal, música de ascensor para doceañeros malotes y que no por casualidad suena en muchas de las bandas sonoras de las películas de terror de la época, el metal hizo a principios de siglo lo que no había hecho hasta ese momento. Expandir las estrictas y muy cerradas fronteras del género hasta terrenos remotos como el del jazz, el ambient, la música contemporánea, las vanguardias y la música electrónica. El resultado es la única escena musical que a día de hoy sigue evolucionando y entregando obras maestras con regularidad mientras el pop y la llamada música independiente languidecen miserablemente en su propia mediocridad. Entre otras razones por la falta de exigencia intelectual de su público habitual, los moñas de los hipsters.
Pues bien, eso es exactamente lo que hizo el terror a finales de los años noventa: evolucionar expandiéndose hacia otros géneros.
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30. Amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2006)
Siento empezar la lista con una irreverencia, pero el cine de George A. Romero ha envejecido peor que mal. Las excepciones son La noche de los muertos vivientes y su secuela Zombi, de la que Amanecer es un remake. De nostalgia no se vive y el sector muertos vivientes pedía a gritos una actualización 2.0 que lo adaptara a los gustos del público contemporáneo, bastante menos inocente que el de las décadas anteriores. Y esa actualización llegó de la mano de Snyder y su Amanecer de los muertos. Una película que en muchos aspectos, y lo siento de nuevo por los fans de Romero, supera netamente al original.
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29. Conejos (David Lynch, 2002)
Conejos no es en realidad una película, sino una serie de nueve cortos protagonizados por tres conejos humanoides interpretados por Naomi Watts, Laura Elena Harring y Scott Coffey. En un escenario de pesadilla, una claustrofóbica habitación aparentemente anclada en los años cincuenta y en cuyo exterior llueve sin parar, los tres conejos entablan conversaciones inconexas y recitan inquietantes poemas mientras en la pared se abre un agujero en llamas. Ustedes deciden si prefieren la etiqueta de terror experimental, la de terror psicológico o la de terror surrealista.
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28. The Lords of Salem (Rob Zombie, 2003)
Otras dos películas de Rob Zombie podrían estar en el lugar de The Lords of Salem. Son La casa de los mil cadáveres y Los renegados del diablo. Escojo The Lords of Salem porque, sin ser la mejor del lote (esa sería Los renegados del diablo), sí es la más personal y la que maneja unos referentes más densos. Entre ellos La semilla del diablo de Polanski, pero también otros menos evidentes. A mí personalmente me carga la misantropía redneck de Zombie, pero redactar una lista como esta y no incluirlo sería hacerse trampas al solitario.
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27. Open Water (Chris Kentis, 2003)
Una joya. Una pareja de buceadores queda abandonada en alta mar. Los tiburones acechan bajo sus pies. La pareja confía en su rescate. Ya saben: la jodida esperanza. Si no fuera por ella, ¿qué poder tendría sobre nosotros la muerte? Open Water es, en definitiva, una pequeña película de modestas ambiciones pero enormes e inquietantes resultados.
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26. Hard Candy (David Slade, 2005)
Lo fácil sería inscribir Hard Candy en el árbol genealógico del género de violación y venganza, esa ramificación de los films exploitation de la década de los setenta en los que una mujer se venga violentamente de sus violadores. Solo que en Hard Candy no hay violaciones. Lo que sí hay es venganza. Una tan diabólica, malsana e hija de puta que logra que te olvides de la torpeza como director de David Slade. De Ellen Page poco que decir: es un metro y cincuenta y cinco centímetros de diosa.
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25. Arrástrame al infierno (Sam Raimi, 2009)
Digámoslo corto: Arrástrame al infierno es el homenaje de Sam Raimi a Sam Raimi. El invento podría haber salido mal. Pero salió bien. Muy bien, de hecho. Arrástrame al infierno es gamberra a ratos, hilarante con frecuencia, puntualmente brillante y, sobre todo, inteligente. Atesora tres o cuatro gags de los vuelta al ruedo y salida por la puerta grande, rebosa mala leche y sus concesiones a la comercialidad no estorban. Ojalá todos los productos destinados al consumo masivo fueran como este.
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24. Saw (James Wan, 2004)
Javier Ocaña dio en el clavo con su crítica de Saw en el diario El País: «Wan es un listo con todas las letras. Los giros de la trama son tan originales como tarados y el seguidor de este tipo de productos se va a reír de asuntos que no tienen la más mínima gracia. Sin embargo, Saw contiene errores (…) cuando saca la acción al exterior del cuarto de baño decae muchos enteros». Nada más que añadir. Es decir, sí: lo peor de Saw no es su desequilibrio entre lo que sucede en el cuarto de baño y lo que sucede en el exterior. Lo peor es que esto último sea una imitación innecesariamente burda de Seven. A pesar de ello, Saw es una película notable, a años luz de sus infames secuelas o de la sobrevaloradísima Hostel.
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23. 28 días después (Danny Boyle, 2002)
Si la importancia de una película se midiera por la cantidad de ideas originales imitadas por sus sucesores, 28 días después (que por cierto no es una película de zombies sino sobre la naturaleza humana) estaría a la altura de Ciudadano Kane. Además, esta mujer poseída por el espíritu de Fräulein Rottenmeyer y que pasa por ser crítica de cine en el Washington Post dijo que 28 días después era detestable. ¿Qué más necesitan para convencerse de sus muchas bondades?
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22. La cabaña en el bosque (Drew Goddard, 2013)
No soy yo muy partidario de esos ejercicios de estilo disfrazados de homenaje nostálgico. Léase Super 8 o esta La cabaña en el bosque, a la que no por casualidad se compara con frecuencia con Scream. Suele olvidarse que lo que convertía en entrañables a los originales que estas películas imitan era precisamente su inocencia, no su fría distancia irónica de universitario gilipollas con ínfulas. Dicho lo cual, mentiría si dijera que La cabaña en el bosque no es una película redonda que consigue todo lo que pretende y además con nota. Léase entretener. El que espere además asustarse va dado. Mejor dicho: se asustará en la misma medida en la que se asustaban los espectadores de Abbott y Costello contra los fantasmas.
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21. Monstruoso (Matt Reeves, 2008)
Hay poco más en Monstruoso de lo que se ve a simple vista. Y esa es, precisamente la principal virtud de una película en la que el espectador sabe aún menos que los propios personajes sobre esa criatura capaz de arrancarle la cabeza a la Estatua de la Libertad de un guantazo. Y es que todo en Monstruoso es intuido: las motivaciones del monstruo, su origen, la razón de su aparente invulnerabilidad, su destino final… O mucho me equivoco o en unos años Monstruoso adquirirá el estatus de pequeña obra de culto.
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20. Paranormal Activity (Oren Peli, 2007)
Supongo que ya conocen la diferencia entre eficiencia y eficacia pero aun así yo se la explico. La eficiencia es la relación entre los medios empleados para la consecución de un determinado objetivo y la magnitud de ese objetivo. La eficacia es la habilidad para conseguir determinados logros. Un tipo que es capaz de escribir cinco artículos como este en un solo día es eficiente. Un tipo que escribe uno solo pero que consigue publicarlo en el Washington Post es eficaz. Pues bien: Paranormal Activity es la película más eficiente de la historia (costó quince mil dólares y recaudó ciento noventa y tres millones) pero también una de las más eficaces (fue comprada por Paramount tras los primeros pases a pesar de sus muy modestas aspiraciones iniciales y ya cuenta con tres secuelas y un spin-off). Paranormal Activity tiene dos virtudes. La primera es su inquietante uso de la cámara casera. O lo que es lo mismo: su habilidad a la hora de aterrorizar al espectador sin necesidad de recurrir a ninguno de los recursos de montaje habituales. El segundo, su generosidad. Y es que si no les gusta el final, tienen otros dos a su alcance. Uno de ellos especialmente perturbador.
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19. Anticristo (Lars von Trier, 2009)
Miren: yo entiendo los reparos respecto al cine de Lars von Trier. Y hasta entiendo el cachondeo con su persona. El nivel del personal es el que es e internet no da para más. Pero una película que admite al menos una docena de niveles de lectura, y todos ellos válidos, es una puñetera obra maestra. Sí, Anticristo es excesiva, pedante, enfática y afectada. Y hasta es posible que gratuitamente sádica. Pero si salen del cine después de verla sin un par de preguntas en la cabeza sobre la culpa, el mal, la misoginia y la impiedad, es que son ustedes una maleta incapaz de aprehender intelectualmente nada que vaya mucho más allá de un chiste de cojos, putas y franceses contado con acento extremeño.
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18. La maldición (Takashi Shimizu, 2000)
El terror, como el sentido del humor y la gastronomía, va por barrios. Y nada parecía asegurar en 2000 que el terror que provocan entre los japoneses los yūrei (así llaman allí a los fantasmas) fuera a reproducirse en Occidente. Pero lo hizo. Y de qué manera. Del merecido éxito de La maldición da cuenta el hecho de que se trata de una de las pocas películas que ha superado su inicial estatus de culto para pasar al nivel superior: el de las películas capaces de crear por sí solas un icono cultural perdurable.
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17. Session 9 (Brad Anderson, 2002)
Tan injustamente infravalorada como la siguiente película de Anderson, El maquinista. Session 9, una de esas películas en las que el escenario (en este caso un hospital psiquiátrico) resulta ser el más aterrador de los personajes, es extraña, tensa y bastante más compleja de lo habitual en el género. Quizá por eso pasó relativamente desapercibida en su momento: su nivel de densidad estaba muy por encima de las capacidades intelectuales del aficionado medio al cine de terror.
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16. Dos hermanas (Kim Jee-woon, 2003)
Los usuarios de la web Filmaffinity la califican de lenta, abstracta, compleja, pedante, incomprensible, contemplativa, malrollista y soporífera. A estas alturas no hace falta que les recuerde lo que opino yo de las masas digitales, así que la conclusión cae por su propio peso: Dos hermanas es una película esencial y una de las más originales del cine de terror asiático contemporáneo. Y no es especialmente lenta, por cierto. Siempre y cuando tu capacidad de concentración supere la de un carpín.
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15. Eden Lake (James Watkins, 2008)
El análisis del porqué del terror que provocan los adolescentes daría para un ensayo de mil páginas. Aunque es pura psicología evolutiva. Está por supuesto su necedad. Está su sumisión a las normas del grupo. Está su propio miedo a ser rechazados. Está la aleatoriedad de su violencia. Está ese axioma que dice que la inteligencia de un grupo cualquiera de seres humanos es siempre la del más descerebrado de sus miembros. La adolescencia, en definitiva, es aterradora, siniestra e inhumana. También ruda, inexorable y violenta, pues no tiene escapatoria posible y de ella solo se sale tarado o con los pies por delante. Eden Lake habla precisamente de eso.
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14. Triangle (Christopher Smith, 2009)
Triangle es frágil como un castillo de naipes. Tan frágil que resulta prácticamente imposible escribir algo acerca de ella sin destripar parte de su misterio. Los que la han visto saben de qué estoy hablando. Ni siquiera estoy seguro de que Triangle sea una película de terror y no un rompecabezas más metafísico que matemático, en la línea de Primer o Looper. Digamos que M.C. Escher la disfrutaría con gusto. Y que algunas de sus escenas merecen pasar a la galería de las más turbadoras de la historia del género. Y hasta ahí voy a leer.
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13. Inland Empire (David Lynch, 2006)
Si realizara una encuesta rápida entre los lectores de este artículo y les preguntara cuál es la experiencia más aterradora que pueden imaginar es probable que muchos de ellos respondieran a) un dolor físico extremo; b) la posesión; c) la locura. Pero el terror más extremo no es ninguna de esas tres opciones por la sencilla razón de que todas ellas pueden ser imaginadas por cualquier ser humano. Es decir racionalizadas. El terror supremo es aquel que, precisamente, se sitúa fuera de los límites del raciocinio y la imaginación humana. Es aquel que no puede ser fantaseado, ni explicado, ni diseccionado, sino solo percibido. Es el terror que no tiene un porqué y ni siquiera un cómo. Es el terror de Inland Empire.
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12. Las colinas tienen ojos (Alexandre Aja, 2006)
Ahí va un hueso para puristas: el remake de Alexandre Aja de Las colinas tienen ojos es muy superior al original de Wes Craven de 1977. Por su crudeza, por su atmósfera claustrofóbica y por su mensaje, bastante más desesperanzador que el de la película original. Y es que donde Wes Craven dejaba respirar la herida del espectador con pequeños detalles de humor negro, Aja vuelca el salero entero. No es sutil, cierto. Pero es eficaz. Punto a favor por la recuperación del maravilloso eslogan de 1977: «Los suertudos mueren primero».
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11. El expediente Warren (James Wan, 2013)
Posesiones demoníacas, casas encantadas, brujería, atmósferas y maneras setenteras, Vera Farmiga, la muñeca más inquietante de la historia del cine, mecedoras, sótanos y un desenlace con homenaje al dios suicida de Begotten incluido. James Wan pasará a las enciclopedias del género como el director de Saw. Pero El expediente Warren es su película más tensa y visceral. No es una película original (tampoco lo eran Saw o Insidious) pero sí una película importante.
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10. Funny Games (Michael Haneke, 2007)
Con diferencia, la película más turbadora de esta lista por su medido uso de la violencia fuera de plano. Y dirán ustedes, ¿cómo puede resultar turbadora la violencia fuera de plano? Pues precisamente por eso, criaturas: porque lo que importa no es lo que se ve en pantalla sino lo que imagina y siente el espectador, al que Haneke manipula a placer convirtiéndolo en un sádico voyeur. ¿Aporta algo este remake americano con respecto al original austríaco de 1997, también dirigido por Haneke? No mucho. Mejor: así tenemos dos obras maestras por el talento de una.
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9. El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999)
El proyecto de la bruja de Blair no es la primera película que se rueda cámara en mano, ni la primera del género de metraje encontrado, ni la primera que pretende acceder a un nivel superior de terror por medio del realismo… pero sí es la primera que consigue cuajar en el mismo recipiente todos esos ingredientes y acceder al público masivo con ellos. El proyecto de la bruja de Blair es al repulsivo cine de terror de la década de los noventa lo que el punk al rock progresivo: sal de frutas para el empacho de artificiosidad. También es la película que acaba con esa vieja confusión de la que participa incluso gente frecuentemente inteligente: el arte concebido originalmente como arte puede convertirse (o no) en un producto de éxito, pero ningún producto de éxito masivo concebido en un principio como tal se convertirá jamás en arte.
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8. Melancolía (Lars von Trier, 2011)
Por supuesto, Melancolía no es una película de terror en sentido estricto. ¿Es Melancolía una metáfora de la depresión? Sí y no. Lo es más bien de la falta de sentido. De la banalidad de la existencia. De ese fatalismo preclaro en el que es inevitable caer tras adquirir conciencia de que no existe propósito ni designio ni aspiración ni meta elevada alguna para ese viaje desde una cloaca infecta hasta un agujero pútrido que es la vida humana. Y por eso Lars von Trier nos muestra el desenlace de la película durante sus primeros minutos: para que el espectador cate de primera mano la desesperanza y no se haga vanas ilusiones acerca de un final feliz. Melancolía es en este sentido el reverso oscuro de El árbol de la vida de Terrence Malick. Que es precisamente una película sobre el sentido de la existencia. O mejor dicho: sobre la existencia de sentido. Melancolía y El árbol de la vida, puestas frente a frente, se parecen mucho a esto. Así que tienen razón ustedes: Melancolía no es una película de terror. Pero sí es una película aterradora.
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7. The Ring (Hideo Nakata, 1998)
La película que desató la fiebre por el cine de terror asiático contemporáneo sigue siendo, quince años después de su estreno, la más recomendable del pack. Y, miren, si no lo dice otro lo diré yo: el cine asiático de género (no hablo de Kurosawa, Yimou, Kang-wai, Ozu, Mizoguchi, Kitano, Chan-wook Park y etcétera) será muy disfrutable y entrañable y original. Original para nosotros, claro: para ellos es lo de siempre. Pero también es de un infantilismo que roza la bobería. Esa estratificación social de raíces castrenses, esa visión tarada del honor y la vergüenza y la culpa, esa fragmentación bizarra y esa ineptitud genética para el montaje que suele convertir en un suplicio la simple tarea de seguir la historia, ese rechazo de la naturalidad y los sentimientos y la empatía… todo eso será muy fascinante y muy budista y todo lo que ustedes quieran visto desde el balcón. Pero a pie de calle resulta risible. Dicho lo cual, con The Ring sonó la flauta y con Dark Water, Kairo (Pulse) y Audition se mantuvo el nivel. Del resto, ya se lo avanzo yo, se puede prescindir sin temor a perderse nada excesivamente importante. A The Ring hay que reconocerle una atmósfera malsana, un vídeo grimoso, un par de escenas aterradoras de verdad y una idea de partida inquietante. Y por cierto: su remake hollywoodiense, al igual que el de Dark Water, desmonta ese argumento facilón que defiende la idea de que «el original asiático es siempre mucho mejor que su remake americano». Habría mucho que discutir sobre eso.
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6. À l’intérieur (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2007)
Con el permiso de Mártires, la cima del nuevo cine de terror francés. Bastan tres palabras para definirla. Embarazada. Tijeras. Atroz. Procedan con cautela y bajo su propia responsabilidad porque À l’intérieur es una película perturbada y perturbadora como pocas.
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5. [·REC] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007)
Se merece su más que habitual presencia en los puestos más altos de las listas de las mejores películas de terror de los últimos años. A favor de Jaume Balagueró y Paco Plaza, su habilidad para manejar con sádica crueldad ese arma llamada crescendo, el formato de reportaje televisivo cámara en mano, la elección de Manuela Velasco como protagonista y un desenlace capaz de crujirle los nervios al más pintado. [·REC] es moderna, aterradora y castiza en el buen sentido de la palabra. Pero lo mejor que se puede decir de ella es que podría estar perfectamente en el número uno de la lista.
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4. La niebla (Frank Darabont, 2007)
Dejemos la modestia para los que no tienen nada de qué vanagloriarse: el mejor artículo escrito sobre La niebla se lo cascó aquí un servidor (ejem) en cierto tugurio digital ya finiquitado y que solía frecuentar gente de mal vivir y peor razonar. Volver a escribir lo mismo que ya escribí en su momento con otras palabras sería una idea digna de quien asó la manteca, así que mejor le echan un ojo allí mismo si es que el tema les interesa. Eso sí: ojito con el texto porque es un spoiler de los que hacen época.
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3. Mártires (Pascal Laugier, 2008)
Dice la leyenda que más de treinta curtidos y experimentados festivaleros habituados a todo tipo de atrocidades fílmicas abandonaron sus butacas durante la proyección de la película en el festival de Sitges de 2008. Mártires, sí, es una película excesiva. De las difíciles de mirar. Y, como todo exceso, cuenta con su secta de admiradores y su horda de detractores. Los primeros veneran su ferocidad y los segundos detestan su hipotética desmesura. Y digo hipotética porque si por algo destaca Mártires es precisamente por su sequedad. Claro que para darse cuenta de eso hay que leerla bien.
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2. The Descent (Neil Marshall, 2005)
Seis amigas a la búsqueda de emociones fuertes quedan atrapadas en una remota caverna de los Apalaches mientras son acosadas por una raza de depredadores caníbales. Dicho así suena ridículo. Pero no juzguen el libro por su portada. The Descent superpone de forma brillante tres capas de tensión: la provocada por los moradores de la cueva, la que se deriva de la cueva en sí (un personaje más de la película) y la de las tensiones latentes entre las seis amigas. Que es la más brutal y primigenia de las tres y la que hace que The Descent deje una grieta en la psique del espectador tan abrupta como esa por la que descienden las seis protagonistas.
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1. Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008)
Déjame entrar no es una película de vampiros. Sí lo es de vampirismo. Dicho de otra manera: Déjame entrar es una historia de amor. Otra cosa es que esa historia de amor sea tan bella, sutil y conmovedora como cruel, sádica e inquietante. Déjame entrar no es una película inofensiva. Es, y aquí fusilo a Baudelaire, una alcantarilla pletórica de sangre. Una mórbida miasma fabricada por un químico perfecto.
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Y de la 31 a la 50, para no dejarme injustamente a nadie:
31. Audition (Takashi Miike, 1999)32. May (Lucky McKee, 2002)
33. Battle Royale (Kinji Fukasaku, 2000)
34. Alta tensión (Alexandre Aja, 2003)
35. Kairo (Pulse) (Kiyoshi Kurosawa, 2001)
36. Ravenous (Antonia Bird, 1999)
37. Pontypool (Bruce McDonald, 2008)
38. The Host (Bong Joon-ho, 2006)
39. El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006)
40. Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007)
41. Frontière(s) (Xavier Gens, 2008)
42. Los otros (Alejandro Amenábar, 2001)
43. The Eye (Pang Brothers, 2002)
44. Dark Water (Hideo Nakata, 2002)
45. Los renegados del diablo (Rob Zombie, 2005)
46. American Psycho (Mary Harron, 2000)
47. Wolf Creek (Greg Mclean, 2005)
48. Cabin Fever (Eli Roth, 2002)
49. Ellos (David Moreau y Xavier Palud, 2006)
50. Ginger Snaps (John Fawcett, 2001)
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